Mario Satz (n. Mario Norberto Satz Tetelbaum) es un poeta, novelista, ensayista y traductor, además de desarrollar una intensa labor como conferenciante y director de seminarios, nacido en el partido de Coronel Pringles, en la Provincia de Buenos Aires en 1944, en el seno de una familia de origen hebreo. Tras cursar estudios secundarios en Argentina, realizó largos viajes por Sudamérica, EE.UU. y Europa. Entre 1970 y 1973 vivió en Jerusalén, estudiando la Kábala, la Biblia y Antropología e Historia de Oriente Medio. En 1977 recibió una beca del gobierno italiano para investigar en Florencia la obra de Giovanni Pico della Mirandola. Nacionalizado español, reside en Barcelona desde 1978 donde se licenció en Filología Hispánica. Además de escribir una decena de ensayos, es autor de diversos libros de poemas. Actualmente vive en España.
Existe un proverbio latino que recoge siglos de coincidencias y sincronías, de casualidades no tan casuales y curiosidades lingüísticas: nomem est omen, el nombre es el destino. En efecto, nombres propios, gentilicios o patronímicos señalan, la más de las veces, y a los seres humanos, los derroteros por los que viajarán sus vidas, oficios y hábitos. Así, por ejemplo, es frecuente hallar en los Glasser alemanes, y porque glass alude al cristal, vidrieros y fabricantes de ventanas, o en los Spina italianos pescadores de varias generaciones. Sastres en los sastres españoles y bibliotecarios en los Safrán judíos. Alejandro, del griego alxí, proteger, cuidar, y ándros, hombre, Alejandro el hijo de Filipo de Macedonia y el conquistador más famoso de la Antigüedad, fue, en efecto, un protector de sus soldados, un guía a la vez que un vencedor de seres humanos, para no hablar de Napoleón, cuyo origen onomástico habría que ligar a nea polis, ciudad nueva, fundador de poblados y villas que encarnaban los ideales libertarios y democráticos del siglo XVIII.
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Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres
Juan 8:32
Considerando la primera parte de cualquier vida humana que debe adaptarse a su entorno, y si lo logra más o menos bien, constatamos que su éxito se debe al principio de mímesis: una gradual y costosa adaptación a las leyes externas en cuyo seno nace y para lo cual debe aprender fingimientos y abstenciones, síes y noes. La obediencia a la autoridad, primero familiar y luego social, así lo exige. En ello no hay, empero, tanta verdad como simulación, criterio de independencia como sometimiento. Platón escribe Las leyes para todos, pero El banquete para cada uno. De modo parecido, Jesús pronuncia El sermón de la montaña para la comunidad pero reserva la parte más profunda de su enseñanza, como la que encierra la cita arriba transcrita, para bien pocos.
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Uno de los más brillantes discípulos de Freud en la Viena de comienzos de siglo, Sandor Ferenczi, escribió una obra singular llamada Thalassa para explicarse y explicarnos ciertas regresiones psíquicas que se producen en el acto de amar. Dijo, por ejemplo, que el miembro masculino se transforma imaginariamente en un pez y la vagina en océano, y que en ese medio acuático de textura ácida, cuyo Ph ácida recuerda el caldo de los orígenes, se despliegan, si uno está lo bastante atento como para percibirlo, grandes mantas invisibles de alas sincrónicas, el plancton de los sueños, radiolarios rosados como uvas, huececillos estelares, una galería entera de fantasmas pretéritos y, tal vez, también un desfile insólito de rostros posibles, los de las criaturas que estamos convocando al estrechar nuestros cuerpos.
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Los antiguos griegos que a tanto de sus mitos se sumaron aves y pájaros, atribuyen a la lechuza (y por extensión a sus familiares el mochuelo y el búho) la sabiduría de Atenea-Minerva.
Su uu-uu-uu (ulular) llama a la reflexión, una voz subterránea y sabia que da a la tierra un toque de misterio. Como rapaz nocturna que es, esta criatura tan invisible como sigilosa, ve en la oscuridad, atributo de por sí frecuente entre los sabios. Y es a causa de ver y de no ser vista, debido a su inmovilidad o de su vuelo silente, que su figura ingresó en la arcilla de las ánforas y recorrió en relieves de monedas tierras tan lejanas y riberas tan exóticas como las del Nilo, porque fueron los soldados de Alejandro quienes llevaron su imagen más allá de Macedonia.
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Nacido en Bagdad en el año mil de la era común, el Rabí Dror Alfasi no demostró
interés en la vida espiritual hasta los cuarenta años.
Al principio fue herrero como su padre, después se interesó por la madera y se hizo ebanista, más tarde importador de sándalo y ébano y por fin banquero.
Pero de esos oficios quedaría muy poco tras la visita y el paso por su casa de un mendigo judío procedente de Basora al que invitó a cenar durante la Pascua tomando, quién sabe si por influencia de su madre, a Baba Dauwd por un mensajero del profeta Elías.
Lo acompañó al baño ritual, le regaló algunas de sus ropas y lo trató como un príncipe sintiéndose, al hacerlo, curiosamente transformado.
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Belleza simétrica y belleza asimétrica
Sabiendo que tras el ideograma mei , que significa belleza, hermosura, se dibuja el de yang, una cabeza de oveja, Li Yun, un letrado confuciano que trabajaba de archivador en la corte fue a ver al pintor y calígrafo Wen Lu, apodado así, Veta Verde, porque su gran pasión eran las hojas en todas sus formas y estaciones, texturas y curvas, poros y tonalidades.
Li quería que Wen le explicara cuál era la razón por la cual ese animal estaba en el nacimiento de lo bello.
-Sin duda a causa de la paz que emana-dijo el reputado artista, dejando de lado su pincel y observando con atención al visitante.
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De las dos mariposas que revoloteaban junto a la cascada una era brillante, grande y azul como un límpido cielo de mediodía y la otra pequeña, listada y transparente.
El aire que las sostenía estaba cargado de perfumada humedad y en la penumbra cercana nacían las orquídeas epífitas con un imperceptible gemir vegetal.
La más pequeña le dijo a la más grande: -Cuando te veo volar tengo la impresión de que un trozo de cielo se ha fugado del cielo.
-Dí mejor que mi vestido de escamas hace lo posible por imitar su color aunque no su ingravidez.
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Junto al cadáver de un suicida se encontró una carta explicatoria diciendo:
Sr. Juez: No culpe a nadie de mi muerte, me quito la vida porque dos días más que viviese no sabría quién soy en este mar de lágrimas, y sería mucho martirio.
Verá usted, Sr. juez:
Tuve la desgracia de casarme con una viuda, ésta tenía una hija, de haberlo sabido, nunca lo hubiera hecho.
Mi padre, para mayor desgracia era viudo, se enamoró y se casó con la hija de mi mujer, de manera que mi mujer era suegra de su suegro, mi hijastra se convirtió en mi madre y mi padre al mismo tiempo era mi yerno.
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Hacia el fin de su vida el Rabí Amós Ishtob de Iambol solía contar una y otra vez la siguiente anécdota:
-No siempre nuestras buenas acciones conducen a los demás a adelantarse a sí mismos, a veces los hace retroceder, retroceder con gratitud hasta lugares insospechados.
-¿A qué te refieres, maestro?-le preguntaban, educadamente, sus discípulos.
Ocurrió hacia fines de verano-contó Amós Ishtob-.
Me detuve en una posada cerca de Sliven para conocer al personaje más famoso del lugar, el fabricante de lápices Isaías Parón, quien me llevó a su pequeño taller en medio de un bosque que ya amarilleaba y estaba tan cargado de trinos que los árboles temblaban.
Elimélej y Guidón, los discípulos más cercanos al maestro, estiraron levemente sus cuellos. Aunque ya la conocían, oír esa historia les proporcionaba un placer siempre renovado.
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Una mañana de fines de abril, casi desmayada de gozo por la fragancia de una rosa, una gota de rocío le dijo:
-Tantas horas para descender hasta ti y un poco de luz y tu perfume me disipan.¿No podrías hacer algo para sostenerme un poco más entre tus brazos?
-Por leve y delicada que sea tu presencia-contestó la rosa-,la lenta danza de mis pétalos emana un calor que no controlo. Al abrirse se desprenden de ti, y cuanto más sol reciben más secos se tornan.
-Pero-insistió la gota de rocío-, si aumento tu nitidez, dilato tu piel, amplío tus venas ¿no merezco por ello un rato más entre tus pliegues?
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Cuando le preguntaron al Rabí Arie Sorin de Grodno cuál había sido el mayor error de su vida, confesó que el haber querido ver un ángel.
-Los niños son exigentes-dijo-, todo quieren tocarlo, sentirlo, verlo, respirarlo, gustarlo. Yo fui un niño así y el cielo, ante mi insistencia, me lo mostró.
Sus amigos lo miraron con expectación, seguros de que el maestro les transmitiría alguna enseñanza nacida tras el impacto de su mayor error.
Apareció una tarde en un sendero de montaña, cuando se derretía la nieve y la primavera izaba nieblas entre los pinos. Era, en verdad, resplandeciente, hermoso, sublime. Tenía una diadema de zafiros, sandalias doradas, alas de todos los colores del arco iris, una sonrisa extraordinaria y flotaba a pocos centímetros del suelo.
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