Dos Mariposas

De las dos mariposas que revoloteaban junto a la cascada una era brillante, grande y azul como un límpido cielo de mediodía y la otra pequeña, listada y transparente.

El aire que las sostenía estaba cargado de perfumada humedad y en la penumbra cercana nacían las orquídeas epífitas con un imperceptible gemir vegetal.

La más pequeña le dijo a la más grande:
-Cuando te veo volar tengo la impresión de que un trozo de cielo se ha fugado del cielo.


-Dí mejor que mi vestido de escamas hace lo posible por imitar su color aunque no su ingravidez.

Desde que supe que la luz del sol borra estrellas en la misma medida en que dibuja los contornos de la tierra, comprendí que la belleza es una ilusión compartida, una totalidad que se oculta tras la relevancia de uno de sus detalles.
   

La cascada no paraba de reír,  el agua de saltar, las gotas de escurrirse, la mañana de extender sus límites.


-De todos modos-dijo la pequeña- tú te pareces más al cielo de lo que me asemejo yo.


-La transparencia no es desdeñable-comentó la mariposa grande-: detrás y delante son para ti casi iguales.
   

Dieron un giro a baja altura y luego volaron un trecho juntas, por encima de un macizo de cañas.


-Cierto-suspiró la más pequeña-, pero como el aire que nos lleva,  siempre estará debajo del azul del cielo.
   

Entonces, y por toda respuesta, la mariposa grande y azul se posó en un barrizal y aleteó llamando a su compañera de vuelo.


-Ya lo ves: el cielo llega a cualquier punto de la tierra si ésta es aceptada y comprendida como es.

El oscuro vaso de su sostén, un cáliz para su flor de horizontes.

Ignoras que es juntando la transparencia de mis escamas que le hago lugar al cielo, y que tu privilegio consiste en que los demás puedan ver a través de ti una continuidad que su opacidad les niega.

Alégrate, pues, de relativizar las separaciones, que yo a mi vez me regocijaré evocando insólitas uniones.

                       

Mario Satz: El alfabeto alado