De todos un poco, de uno mismo todo

Nacido en Bagdad en el año mil de la era común, el Rabí Dror Alfasi no demostró 
interés en la vida espiritual hasta los cuarenta años.

Al principio fue herrero como su padre, después se interesó por la madera y se hizo ebanista, más tarde importador de sándalo y ébano y por fin banquero.

Pero de esos oficios quedaría muy poco tras la visita y el paso por su casa de un mendigo judío procedente de Basora al que invitó a cenar durante la Pascua tomando, quién sabe si por influencia de su madre, a Baba Dauwd por un mensajero del profeta Elías.


Lo acompañó al baño ritual, le regaló algunas de sus ropas y lo trató como un príncipe sintiéndose, al hacerlo, curiosamente transformado.

Cuando le preguntó hacia dónde se dirigía Baba Dauwd le dijo que iba de ninguna parte a todas, y cuando quiso saber algo de su familia la respuesta fue que era hijo de todos y padre de nadie.

No era frecuente, en la Bagdad de esos días, ver mendigos judíos, ya que la comunidad se ocupaba de ayudarles y encontrarles ocupación para que no fueran víctimas de los mosquitos ni el hazmerreír de los niños.


Baba Dauwd insistió en leerle las manos a la salida del baño ritual, mientras contemplaban el río desde una terraza y acababan unos dátiles rellenos de nueces.


-El triángulo central de la palma derecha está completo -dijo el mendigo-, no así el de la izquierda.


Impresionado, cabizbajo, Dror Alfasi no sabía qué decir. Ignoraba si podía preguntarle algo temiendo que su pregunta condicionara, de antemano, la respuesta, y temía que esos triángulos respondiesen a un exceso de geometría y celo en su vida, que desde la llegada del mendigo sentía conmovida por la brisa del desorden antes que sujeta a la fijeza de sus creencias.


-La derecha es lo que has hecho por el mundo y por los tuyos -prosiguió Baba Dauwd- . Eres un hombre encadenado a sus obligaciones, y lo que sabes lo has aprendido un poco aquí y un poco allá. Te toca, ahora, aprenderlo todo de ti mismo.

Cerrar el segundo triángulo, el de la mano izquierda, y evaporar por el fuego lo que acumuló el agua. Acumular detiene, disipar impulsa.


La Pascua transcurrió en paz, Baba Dauwd se marchó más limpio y satisfecho de lo que había llegado a Bagdad y Dror Alfasi estuvo días y noches sin dormir.

¿Qué habría querido decir el mendigo con eso de evaporar por el fuego lo que acumuló el agua? ¿Debía abandonar la buena y cristalina fuente de su jardín? ¿Despedirse de los suyos y convertirse él mismo en mendigo? Al cabo de una semana fue a visitar al Rabi Noham Alfasi, tío suyo y reputado maestro, para preguntarle qué decía la Torá del agua y qué del fuego, y su pariente apeló a dos citas, una del profeta Jeremías y otra del Talmud.

La de Jeremías (1) decía: ´´Me dejaron a mí, fuente de agua viva.´´ Y la del Talmud acotaba: ´´Las palabras de la Ley pueden compararse al fuego. Como el fuego vienen del cielo y como el cielo son perdurables. Si un hombre se acerca mucho a ellas se quema, y si se aleja se hiela.´´(2)


Tras esa respuesta, el que fuera primero herrero, luego ebanista, más tarde comerciante en maderas y por fin banquero, decidió dejarle todo a su familia y ponerse a estudiar. Fue al cabo de los años que descubrió, siendo ya rabino, que el mendigo aquel que transformó su vida era un sabio oculto. Sencillamente porque al señalarle lo que decían las palmas de sus manos le mostró el fuego que aún debía encender. 

(1) Jeremías 2: 13 .

(2) En la palabra hebrea derecha, yamin , encontramos, en efecto, agua o yam , y en la izquierda, smol ,  el fuego, esh.

Una vida únicamente consagrada a los logros materiales sería, pues, manca, aunque tuviese las dos manos. Lo que el fuego hace por el agua , evaporándola, es volverla consciente de su origen.

Mario Satz: Alrededor de una nuez