IBN ASAD http://www.ibnasad.com/apps/blog/
La Danza Final de Kali: https://franjamares.files.wordpress.com/2011/01/ibn_asad_la_danza_final_de_kali.pdf
Hola,
Yo también me pregunto qué es la espiritualidad. Parece que hoy la palabra se arroja en vista de cualquier santurronería, de forma difusa y sin mucha preocupación en si dicha palabra solo contiene humo. Con la espiritualidad parece que aquel adagio laotseiano de “quien habla no sabe; quien sabe no habla” cobra especial relevancia. ¿Son entonces los oradores, los blogueros, los maestros espirituales los menos dotados para enseñar y hablar sobre “espiritualidad”? ¿Hablar de espiritualidad -como estamos haciendo tú y yo ahora- nos convierte en sospechosos de fraude, de charlatanería, del vicio del hablar de lo que no se sabe? Sí y Sí, a las dos preguntas; conviene tenerlo en cuenta.
Para definir la espiritualidad con un mínimo de rigor se puede empezar diciendo que la espiritualidad es todo lo concerniente al espíritu, por lo tanto, a la parte esencial del ser. Y digo “parte” porque, en efecto, toda visión espiritualista parte de una conflictiva desmembración del ser. (En otras palabras: no es raro encontrar espiritualistas que antes de cualquier cosa van a definirse: “No, no, es que yo no soy materialista…”. Infelizmente es así: el espiritualismo existe como perspectiva porque alguien antes habló de algo llamado “materia” (incluso en su etimología, la Metafísica necesita de la Física para definirse, pues para hablar de algo metafísico –es decir, “más allá de lo físico”- necesariamente se debe partir de lo físico como punto de partida, como referencia para ir “más allá”.)
Eso de la “materia” puede ser muchas cosas dependiendo de quién hable. Platón habló de hylie como lo amorfo, lo inerte, lo inanimado. ¿Deducimos entonces que el espíritu es el principio vivificador, lo que hace que vivamos, lo que nos determina como vivos? Supongo que sí. Espiritualidad sería la relación del ser vivo con su principio de vida. Y siendo así, los prejuicios de tus amigos con respecto a la espiritualidad no se sostienen: el Papa, el hindú en asana o el indignado de la margarita serían seres tan espirituales como un broker de Wall Street, un ministro del Interior, una cajera del Mercadona, un policía nacional o una prostituta. Todos somos espirituales, en el sentido de que todo ser se relaciona con el misterio vital de su existencia de forma íntima, personal y en un lenguaje propio. Todo ser humano tiene esa relación y, por lo tanto, todo ser humano es espiritual, aunque sea a través de la negación misma. En último extremo, incluso quien niega su espíritu se está relacionando con su espiritualidad.
Porque, dicho sea de paso, la negación es la técnica favorita de todo espiritualista. Me explico: ¿Puedes creerte que toda la especulación védica con sus innumerables y conclusivas upanisads, no consiguen responder afirmativamente a tu pregunta ‘qué es la espiritualidad’? ¡Así es! El Vedanta es una enumeración (casi infinita!) de lo que el espíritu no es. Y después de hacer una lista de varias páginas por las dos caras diciendo lo que el espíritu no es (“no es esto”, “no es eso, “no es aquello”…), ¿crees que el filósofo se moja y se lanza a decir lo que es? ¡Pues no! No lo hace: sólo te dice lo que el espíritu no es (brahmanu neti neti; es decir, no es “ni lo uno ni lo otro”) El pensamiento advaita no es un pensamiento monista (como quizás fue el de Parménides): advaita es “a-“ (negación) y “dva” (dos), es decir, “no-dos”, no se atreve a decir “Uno” porque eso sería una afirmación y la teología hindú es negativa. ¿Es eso el espíritu? El brahmán responde “no, no y no”.
Así, es comprensible que los espiritualistas estén (o estemos) siempre bajo sospecha de fraude. Es comprensible también que un crítico inteligente defina al espiritualista (como Nietzsche lo hizo) como “alguien que habla de cosas que no existen”. La dialéctica espiritualista no tiene otra estrategia que la negación; no le queda otra. De un modo semejante pero con premisas diferentes, el budista mahayana hace lo mismo; la destrucción de Nagarjuna (El buda no es esto; el nirvana no, pero el samsara tampoco…) Incluso también la teología occidental no consigue ir más allá sino a través de una negación (o en otras palabras, una afirmación de lo que no es). Santo Tomás de Aquino no demuestra la “existencia de Dios” de ninguna forma, sino que reduce al absurdo la posibilidad de su inexistencia. Dios (así lo dicen aún hoy los católicos) es “justo y necesario”. Es básicamente el desarrollo de la cosmovisión de Aristóteles (ya lo señalé: hay Física porque, ¡claro! después tiene que haber otra cosa, una meta-física; si hay movimiento es porque más allá habrá algo o alguien que ejerza de “motor inmóvil”) ¿Y qué es eso que hay más allá? El escéptico se encoge de hombros, el hindú dice “eso no”, el budista no dice nada, y el occidental exclama “¡Dios!”.
Digo esto para explicar que para mi (OJO: para mi), la espiritualidad no sería una conclusión dialéctica, un ejercicio filosófico, un razonamiento más o menos complejo… sino una vivencia. En otras palabras: el lenguaje del espíritu no es el pensamiento sino la experiencia. Las experiencias espirituales son aquellas que nos enfrentan cara a cara con el misterio del principio vital, las experiencias que ponen al sujeto que las experimenta en un paradójico punto límite de su vida. Estas experiencias pueden ser agradables o desagradables, extraordinarias u ordinarias, y sencillamente suponen rupturas de nivel existencial para cualquier ser humano. Por eso, la biografía de cualquier hombre o mujer está llena de experiencias espirituales, y muy especialmente, la infancia: los primeras sensaciones, las percepciones de la naturaleza, los animales, las primeras palabras, las primeras veces en cualquier cosa… toda infancia está preñada de espiritualidad y toda villa natal es “tierra santa” para el niño y el adulto (por eso recuerdas tan bien todo eso de tu pueblo asturiano). La experiencia espiritual es casi la constante en cualquier niño (incluso los de ciudad actuales): un niño normal de tres o cuatro años actúa y habla como un genio, un loco, un artista, un poeta… ¡y sin embargo es tan sólo un niño!
Todo indica que, en el hombre, las facultades espirituales se pierden de forma más o menos natural a medida que el niño se convierte en “adulto”. También interviene la educación, las escuelas, la vida urbana, todo eso. Alguien señaló la barrera de los catorce o quince años, que coincide con la edad en la que algunos anatomistas modernos sitúan la atrofia de la glándula timo. Un amigo médico me dice que esto no es una coincidencia; yo no lo sé.
La espiritualidad en el adulto moderno se va apagando y las experiencias espirituales se van reduciendo en frecuencia y -esto es más importante- también en capacidad de interpretación. Sin embargo cualquier adulto (no importa cuál) también experimenta espiritualidad: un adolescente enamorado, un músico interpretando su música, una mujer dando a luz, un hombre que acaba de perder a un ser querido, una novia en el día de su boda, un actor la tarde de un estreno, un peregrino que llega a su destino, un alpinista que alcanza la cumbre de una montaña, un pescador en la fiesta de su patrona, una bailarina de ballet en su última actuación, un agricultor en el día que comienza la cosecha, un anciano que se prepara para la muerte… es posible que no sepamos interpretarlas, pero todo eso son experiencias espirituales de primer orden.
El fracaso de la pluralidad religiosa y los neoespiritualismos ha consistido en ofrecer una espiritualidad completamente de espaldas a la vida real del ser humano, en muchas ocasiones de forma “virtual” tal y como se está desarrollando ahora mismo un horror que podríamos llamar “ciber-espiritualidad” (ya escribí sobre eso). Se trata de una espiritualidad consistente en formas exteriores huecas, sin contacto verdadero con ninguna vida. Y eso es lo que ofrecen tanto la pluralidad de “Iglesias” como los espiritualistas del tres al cuatro: una búsqueda histérica de apariencia “espiritual”, llevar ropas extravagantes, repetir oraciones vacías y mantras mal pronunciados, dejar de comer ciertas cosas para comer otras más “espirituales”, ignorar la verdadera vocación del ser humano y entornar los ojos para fingir “iluminación”, un “despertar” espiritual que es completamente falso. Buscan cosas rarísimas, experiencias trastornadas, contactar con sabe Dios qué, satisfacer bajas vanidades. El fracaso de los neo-espiritualitas ya es un hecho constatable: los gurúes, los maestros, los iluminados, los ufólogos, los new-agers, los padres, los curas, los médiums, los clarividentes… no pueden satisfacer la necesidad espiritual legítima del ser humano actual, y todos esos ya sólo existen como los meros negocios de capa caída que ya son hoy. ¿Cómo lo sé? Pues porque llevo años viajando de un lugar a otro, vagabundeando, observando y estudiando el comportamiento –digamos- “espiritual”, y aquello de Lao-Tse nunca estuvo más en vigor:
“quien habla no sabe;
quien sabe no habla”.
Y yo oso añadir a esta cita china, una bien hispánica:
“Y quien habla de sí mismo, miente;
Y quien habla de su Dios… ¡que se calle!”
Yo ya me callo.
Saludos, amigo
(PD.: como siempre, la conversación abierta a otros pareceres, otras ideas, abierta al debate. No me opongo a que se copie y se pegue, incluso se ponga en blogs personales o topics de foros de conversación. Libertad de pensamiento y expresión absoluta)